Para entonces tenía 17 años, una melena tostada por el sol, una tabla de surf, el sabor del salitre pegado a su piel, una bicicleta roja con la que rodaba desde Guaynabo hasta la playa de Vega Baja mientras desafiaba el tráfico, el viento y el hollín, y las ganas de aventurar típicas de cualquier adolescente.
Source: elnuevodia.com
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